Es inevitable encontrar en tu
camino personas que quieran pasar por encima de ti, sobre todo las que ostentan
alguna posición de poder. ¿Quién de ustedes ha sentido que alguien desea que no
triunfen? ¿Cuántas veces han tenido que agachar la cabeza y decir: está bien,
cuando en realidad no es así?
Con seguridad les ha pasado en
sus casas, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, con sus parejas
¿estoy equivocado?
Cuando nos sentimos así, por lo
general acudimos a contarle a alguien en quien confiamos, pues necesitamos
desahogarnos. Ese alguien, hombre, mujer, grande, chiquito, no importa cómo
sea, casi siempre nos dirá: a veces toca agachar la cabeza. Sí el tema es
laboral, también dirá: con la lonchera no se juega o la lonchera no se patea.
Además rematará: haga lo que tiene que hacer y seguro que todo saldrá bien,
¿estoy equivocado?
Esto que les voy a contar no me
pasó a mí, sino a un amigo de un primo cuarto que vive en Checoslovaquia. Me
pareció interesante, por eso se los cuento.
Él entró a trabajar a un empresa,
allí se topó con un jefe con una ideología política contraria a la que por años
él venía defendiendo. La relación desde el principio no fue fácil, empezaron a
chocar por sus posiciones, al jefe nada le gustaba por bien hecho que
estuviera. Llegó el día en que la cuerda se reventó y le dijeron: o cambia su
posición o no puede seguir trabajando aquí.
Él necesitaba el trabajo, tenía
una familia que sostener y algunas deudas acumuladas, así que no podía darse el
lujo de perder este buen empleo. No obstante, siempre fue un convencido de que
“los principios no son negociables”, se encontraba en una situación muy
complicada.
¿Ustedes que harían? ¿Renunciar a
sus principios? ¿Renunciar al empleo? ¿Arriesgarían la estabilidad de su
familia por defender su ideología?
Me cuentan que miles de cosas
pasaron por su mente y que se le notaba muy tenso con el pasar de los días, se
enfermaba con regularidad y poco se le veía sonreír. Sin embargo, él era un
profesional y hacia lo mejor posible su trabajo, aunque casi siempre este
dependía de otros y en ocasiones era muy lento realizarlo. Mientras tanto su
jefe, hacía lo posible por ponerle palos en la rueda (tal vez quería que se
aburriera y renunciara) pero a la vez no podía esconder la calidad del trabajo
de su empleado.
El jefe nunca tuvo la valentía de
decirle de frente las cosas, prefirió la mediocridad y hablar a espaldas de su
empleado. Se preguntarán por qué no fue despedido, es muy sencillo, por el tipo
de contrato.
El ser humano está lleno de
matices, en su mayoría negativos que afloran en la mayoría de los casos. Los
positivos se guardan para ocasiones especiales, son reservados y muy
exclusivos.
Al final de la historia, digamos
que triunfó la justicia. El jefe, el mediocre y cobarde, terminó por renunciar
a su cargo (nunca se supo por qué se fue) y el empleado sigue trabajando.
Está muy claro que esta historia
no da para película, tal vez ni para entrada de un blog (como este) pero está
escrita por una razón: los principios deben hacerse respetar, si alguien te los
quiere pisotear debes defenderlos a capa y espada porque al final, como en las
películas, siempre ganan los buenos.
Post Scriptum: a veces el final
se demora, pero siempre llega.
@DiegoMorita
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