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lunes, 10 de agosto de 2020

De Uribe, los odios y nuestro ADN egoísta

               Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
                                            porque me encuentro unido a toda la humanidad;
       por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

John Donne

 

 

 

Es normal, bastante normal lo que está pasando en Colombia y las reacciones de lado y lado a propósito de la medida de aseguramiento domiciliaria a Álvaro Uribe Vélez. De entrada, debo mencionar que me parece que es injusta y no guarda proporción ni coherencia la Corte Suprema de Justicia al tomar esta decisión, que a claras luces no es judicial sino política.

 

Y digo es normal, porque desde hace muchos años, diga usted desde que alguien quebró un florero (me fui lejitos) pasando por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (tremendo salto) el de Luis Carlos Galán, la Constituyente del 91, el proceso 8000, la desmovilización de las AUC, el combate frontal a las guerrillas que diera el mismo Uribe en sus dos gobiernos, el proceso de paz con las Farc que adelantó a capa y espada Juan Manuel Santos, Odebrecth, los fajos de dinero recibidos por Gustavo Petro en bolsas plásticas, la elección de Iván Duque como Presidente en 2018, la pandemia por culpa del COVID-19 y llegando a la detención de Uribe, desde hace muchos años, Colombia es un país polarizado en el que los odios e intentar aplastar al contrario, no solo con las ideas, se convirtió en una obsesión.

 

¿Qué hemos logrado con esa polarización? ¡Nada! Solo estar hundidos en las mismas peleas y convertirnos en expertos en señalar y endilgar responsabilidades.


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