Debo
reconocer que el 2017 fue uno de los mejores años de mi vida, profesionalmente
hablando. Fue un año cargado de cosas buenas, de mucho trabajo, de aprendizaje
permanente, de excelentes resultados y de cimentar las bases para seguir
creciendo, para ir más allá, para no conformarme. También fue un año para
perder el miedo a equivocarme, para no auto flagelarme si algo salió como no
era sino para buscar la forma de que el error no se vuelva a repetir.
Tengo
cuarenta años y apenas estoy sacándole el jugo a mi profesión. Disfruto cada
momento, cada madrugada, cada reunión (por harta que sea), cada palabra, cada
crítica constructiva y hasta las que no lo son, porque sé claramente cuál es la
intención de quiénes las emiten y por eso no me dejo afectar.
Hoy
cumplo dos años como Jefe de Comunicaciones en la Alcaldía de Rionegro (Un año en Rionegro). Dos
años duros, de altas y bajas, de sacrificios (invisibles para los demás), de
pensar, planear, hacer, evaluar y volver a empezar (empensar ¿? jaja). Dos años
de amar y amar cada vez más la profesión que escogí en 1996 para que me diera
de comer. Profesión nada fácil, profesión mal agradecida pero profesión
hermosa, llena de sorpresas e indispensable en cualquier organización.
Dos
años que me han llevado a aprender mucho del sector gubernamental, a vivir en
carne propia aquello que desde la comodidad de mi casa criticaba. No es fácil
ser un funcionario público, no es sencillo saber que cada movimiento que haces
es observado y que según la interpretación de terceros puede ocasionarte una
investigación. No es fácil hacer cosas con la rapidez que se quiere, los
trámites excesivos implican, en la mayoría de los casos, retrasos. El Estado es
lento por naturaleza pero eso es transparente para el ciudadano que no conoce
cómo funciona y eso lo lleva a criticar sin saber. Y no me quejo, para que
quede claro, solo relato un aprendizaje de estos dos años que además golpea mucho
el área de comunicaciones cuando no podemos responder con la celeridad que se
espera. Claro, también sucede porque como regla de vida, y de profesión,
siempre pondré a la institucionalidad por encima, sin importar la presión .
La
comunicación es hermosa pero infortunadamente sigue siendo subvalorada. Pocos
le dan la importancia que tiene y se acuerdan de ella solo en las crisis.
Además, ganarte un lugar dedicándote a ella no es fácil, toca a los trancazos y
evadir o eliminar, preferiblemente, muchos obstáculos. Claro, nadie dijo que
sería fácil, pero se complica aun más cuando quienes no lo son se creen
comunicadores y se sienten con el pleno derecho a opinar, a decirte que puedes
hacer las cosas de otra manera o que si lo hubieras hecho distinto seguro salía
mejor. Contra eso hay que luchar todos los días. Bienvenidas siempre todas las
sugerencias pero la verdad es que hace tiempo opté por no prestar atención a la
mayoría de esos comentarios, no porque me crea la gran cosa o el que más sabe,
sino porque cada actuación, cada decisión que tomo tiene bases claras, ha sido
socializada con mi equipo y está sustentada en mi criterio, el cual no me lo
gané en un rifa ni me lo certificaron en Internet sino que es la suma de años y
años de hacer y equivocarme, y eso lo hace innegociable.
Y
así seguiré, firme en mis principios, actuando coherentemente (pensamiento + lo
que digo + lo que hago), siendo honesto y entregando lo mejor de lo que soy a
una profesión y a un trabajo que me hacen feliz. Me niego a creer, aunque a
veces lo pienso, que actuar bien sea la excepción y no la regla, y que la
intriga, la mediocridad y la hipocresía sean las que ganen la batalla diaria.
Gracias
a cada una de las personas que siguen ahí, firmes, fieles y transparentes ayudándome
a crecer y a ser cada día mejor. A las que no, como siempre, les deseo que
pronto sane su corazón.
Diego
Mora
Rionegro,
enero 29 de 2018
@DiegoMorita