Las sociedades, en su mayoría, logran funcionar gracias a un principio fundamental que debe primar entre los individuos: la confianza. Esa misma confianza debe darse con las instituciones públicas, de lo contrario se hace muy complicado que las cosas vayan bien.
El principal problema que afronta el gobierno actual de Colombia no es que la seguridad vaya en retroceso y cada día el terrorismo se apodere de más zonas del país que se habían recuperado o que los indígenas no reconozcan la autoridad del Estado, en el Cauca, y sean ellos los que estén decidiendo qué se hace y a quién se le entrega la caja negra del súper Tucano.
Tampoco lo es que sea imposible cumplir con la promesa de entregar 100 mil casas gratis en dos años o el descalabro de la reforma a la justicia, por mencionar solo algunos ejemplos; el principal problema del Presidente es que los colombianos perdimos la fe en él, le perdimos la confianza.
¿Cómo lidiar con una sociedad que ya no cree en quien debería ser su líder? Y no me refiero aquí a las encuestas que muestran tendencia a la baja en una popularidad que alcanzó niveles del 80%, sino a la desazón y el descontento de una ciudadanía crítica por el rumbo actual del país y que aprendió a no quedarse callada.
Y la culpa no es de Uribe, como pretende hacerlo ver el Presidente. La culpa es de ese equipo, mal liderado, que gobierna en los cocteles y a través de los medios de información o creando cortinas de humo para tapar los errores de cada día.
Pero no todo está perdido, como lo he repetido en varias ocasiones. En dos años es mucho lo que se puede hacer para recuperar la confianza, obviamente, si eso se quiere.
Primero: la seguridad debe ser prioridad. No se puede permitir que el terrorismo se siga apoderando del país. El Marco Jurídico para la Paz no debe ser una opción.
Segundo: el Gobierno debe hacerse de cara al país y no solo los sábados en los Acuerdos para la Prosperidad. Como se dice popularmente “hay que untarse de pueblo” y dejar el chef privado en Bogotá.
Tercero: el Estado debe ser austero, no queda bien en un país pobre derrochar recursos que podrían ser invertidos en política social. ¿Tapetes que valen 97 millones de pesos?
Por último: este gobierno fue elegido por 9 millones de personas que creyeron en la continuidad de la política exitosa de su predecesor. Esos mismos 9 millones, quizás más, saldrán en 2014 y le pasarán factura ¿el saldo será positivo o negativo?
@DiegoMorita
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