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lunes, 31 de marzo de 2025

La vida y su fragilidad

 A la muerte no hay que temerle, es algo que he escuchado muchas veces. Tal vez, quienes creen en ella, tengan razón, tal vez no, jamás lo sabremos, pero lo que sí sé, es que la fragilidad de la vida me aterra y me llena de incertidumbre.

No he tenido a la muerte de cerca y solo me hice consciente de ella el día que mi hija Mariana nació, 16 de febrero de 2006. Ahí, supe, o quise hacerlo palpable, que me iba a morir algún día y empecé a temer que fuera más temprano que tarde.

Empecé a rezar y a pedirle a Dios más tiempo porque quería ver a mi hija crecer. Y me fui poniendo metas, verla caminar, escucharla decir su primera palabra, que le saliera su primer diente, el primer día de guardería, el de colegio, quinto de primaria, 15 años, grados del colegio, 18 años. 

Hoy, Mariana tiene 19 años y yo sigo poniéndome metas. Verla graduarse la universidad, que se realice como profesional y sea muy feliz con sus elecciones. Que podamos viajar juntos y conocer tantos países que nos faltan, eso sí, siendo consciente de que a medida que crece sus espacios favoritos serán diferentes, en muchos casos, a los míos.

Pero esas pequeñas metas me ayudan a alejar el fantasma de la muerte de mi mente, teniendo claro que en cualquier momento puedo dejar de existir y no solo por causas naturales, sino por accidentes o por la decisión de alguien que así lo quiera. Sin embargo, vivo esta vida de manera normal, sin excesos, pero sin cohibirme, ahí también radica el secreto de aprovechar este paso tan fugaz que nos regalaron.

Me asusta cuando pienso en la muerte y eso pasa, mucho más, cuando alguien cercano se va. Mis abuelos paternos, mi abuela materna, en su momento algún compañero de la universidad y hoy, precisamente lo que me tiene conmovido y asustado, quien fuera un compañero de trabajo en 2023.

Johann, era abogado y un deportista consumado. Le encantaba hacer pesas y en ese año que nos conocimos estaba empezando a correr. Hablábamos mucho de eso, de ritmos y tenis, de los dolores de rodilla y de carreras que nos gustaría hacer. También conversábamos sobre libros, al igual que a mí, le encantaba leer. Adicional, compartíamos la pasión por la política. Apenas caigo en cuenta de que teníamos muchas cosas en común.

El pasado domingo, 23 de marzo, en una carrera atlética en Necoclí, municipio del que era el secretario de Gobierno y del que sería, si todo salía bien, su próximo alcalde, Johann sufrió un derrame cerebral. El diagnóstico desde el primer momento fue muy difícil, sin embargo, a los 3 días las noticias eran muy positivas, a los 5 días mejores, pero a los 8 días, por esas cosas que nunca entenderé de la vida, o de la muerte, no resistió más.

Descansa en paz querido Johann. Te vamos a recordar como un gran tipo, amable, trabajador y siempre dispuesto. Este 2 de abril habrías cumplido 39 años, te adelantaste mucho en este viaje, pero en algún momento, ojalá, nos volveremos a encontrar. Espero, eso sí, que sea más tarde que temprano.

¡Abrazo, hermano!

lunes, 10 de marzo de 2025

Medellín y su basura

 Primero: Daniel Quintero, sin duda alguna, es el peor alcalde que ha tenido Medellín (por lo menos de los que me han tocado). Dejo esto claro, para que, si alguien lee esto, no piense que lo estoy defendiendo y, además, porque a pesar de que trabajé en Terminales Medellín y en el aeropuerto Olaya Herrera en su administración, eso no cambia mi opinión de él. (Si me preguntan por qué trabajé en su administración si tan malo me parecía, les digo que fue lo único que me salió en esa época dura de la pandemia y pues el arriendo no se paga por arte de magia).

Segundo: No voté por Fico,  aunque lo apoyo, lo hice por Paulina Aguinaga, pero mi decisión de voto no se basó en que no creyera en el actual alcalde, simplemente –excúsenme aquí la posible incoherencia- era claro que iba a ganar y mi voto no le haría falta, pero a Paulina uno más le serviría para afianzar su proyecto y perfilarse como una mujer con todas las capacidades para gobernar a Medellín. Creo en ella y espero que podamos verla en la próxima contienda electoral.

Dicho lo dicho, me duele el estado actual de Medellín y me refiero a lo sucia y maloliente que está.

No sé si Quintero también dejó en una pésima situación a Empresas Varias, creería que sí porque la mugre empezó en su gobierno, pero ya han pasado 15 meses desde que, como magistralmente lo define Pacho Santos, se fuera “esa cutícula que se corta y vuelve y sale, que solo es un estorbo que no sirve para nada”, por lo que endilgarle la culpa de las basuras por todos lados y el tufillo a podredumbre que hoy ostenta la ciudad, creo que no es correcto. 

Hablo con conocimiento de causa y con dolor del basurero que hoy parece Medellín. Salgo a correr por muchas calles de la ciudad y no hay sitio por donde pase, sin importar la hora o el día, en que no haya pilas de basura y mal olor. Entiendo que la logística de recolección no es fácil y que nuestra cultura puede llevarnos a sacar la basura cuando no es, pero hace pocos años Emvarias funcionaba como un relojito y hoy tal parece que la pila se le acabó y no ha habido quien le compre una nueva.

Esto que escribo sonará a una crítica despiadada (aunque tal vez mi prosa no alcance para tanto), pero lo que quiero es poner de manifiesto un problema que no podemos convertir en algo normal y en el cual todos somos responsables. En lo personal, hago mi tarea de reciclar y disponer correctamente los residuos que produzco, lo cual es lo mínimo que cada uno debería hacer, mucho más los establecimientos de comida, por ejemplo, en la carrera 70, una de las calles más sucias que normalmente me encuentro.

Si Emvarias tiene horarios que son conocidos por todos, pues hagamos lo posible por disponer las basuras el día y hora que son, así evitamos que se multiplique la mugre y lo que esta trae consigo. Si cada uno hace lo mínimo y el Estado es capaz de hacer lo propio, en muy poco tiempo podremos volver a llamar a Medellín la tacita de plata.

jueves, 6 de febrero de 2025

Un gobernante con los… bien puestos

Los colombianos siempre hemos necesitado gobernantes con pantalones y no tibios demagogos que con sus ínfulas de redentores nos vendan humo como si fuera el elixir para solucionar nuestros problemas.

Dicho esto, y para que quede claro que voy a hablar del gobernador de Antioquia en esta columna, Andrés Julián Rendón sí que tiene los pantalones bien puestos y no le teme a la impopularidad asociada a las decisiones y posiciones que el ejercicio del gobierno implica tomar. Lo demostró en Rionegro en donde contra viento y marea, ante una oposición poco inteligente que pretendió frenar el desarrollo, transformó esa ciudad del Oriente antioqueño.

Andrés Julián, desde el 1 de enero de 2024, al posesionarse dejó clara su línea de trabajo: “dejar hasta el último centímetro de piel” por Antioquia. Esto, inevitablemente, lo lleva a tener que hacer una defensa férrea de los intereses de nuestro departamento, máxime, cuando desde el gobierno nacional no se cansan de demostrar que para nosotros, los paisas, poco o nada hay.

Pedirle al gobierno de Gustavo Petro que cumpla con lo mínimo ha sido el pan de todos los días desde el despacho del piso 12 de la Gobernación de Antioquia. Honrar los compromisos adquiridos por la Nación con el túnel del Toyo, con las vías a su cargo, con la seguridad, hacen parte del discurso diario del gobernador, y así debe ser, aunque por las características de quien vive hoy en la Casa de Nariño, los pedidos lleguen a oídos sordos. Igual, esa tarea hay que seguirla haciendo, porque Antioquia lo merece y porque hace parte del ADN de Andrés Julián.

El gobierno de Petro va mal, no estoy dando ninguna primicia, e incluso en el show que vimos de consejo de ministros él mismo, no se sabe si en un acto de transparencia o de infinita torpeza, salió a decir a boca llena que de 195 compromisos adquiridos con el país, solo 49 se han cumplido, es decir le faltan 146 a poco menos de año y medio para terminar el gobierno. No hay que ser matemático para concluir que el balance final del tan prometido “cambio” será en números rojos.

Y ahí, Antioquia se ve altamente perjudicado principalmente en dos temas: las obras que le hace falta a la Nación por terminar en el Toyo y las vías al Suroeste. En el primer caso, y con el decreto de aplazamiento de recursos, la instalación de equipos electromecánicos en la nueva vía al mar, queda en el limbo. A esto se le suma, la no priorización de lo que falta por construir en el sector 2 del tramo 2, aun a cargo de Invías (4,2 km que incluyen: 7 puentes, 1 túnel de 402 metros y un falso túnel de 60 metros), y que, a pesar de todos los esfuerzos del Departamento por avanzar con las otras obras, si el gobierno no se pellizca, dejará el proyecto estancado.

Con respecto a Pacífico 1, en este importante corredor que conecta al suroccidente del país con Antioquia hace falta construir el intercambio Primavera y 3,2 km de vía en doble calzada, que tienen un valor aproximado de $738 mil millones. Así mismo, con una inversión aproximada de $800 mil millones, se requiere la construcción de un retorno en el sector de Paso Nivel y para ajustar, falta un puente sobre el río Cauca que permitirá la conexión de Pacífico 1, 2 y 3 con la vía al mar (Concesión Mar 1), cuyo valor aproximado es $200 mil millones. Para estas obras el gobierno Petro ha dicho que no hay plata.

En fin, el panorama no es muy alentador, pero es necesario tenerlo siempre presente para no caer en la narrativa que la izquierda intenta montar y en donde procura culparnos a los demás de todo lo malo que está pasando.

Afortunadamente en Antioquia tenemos un gobernador con los pantalones bien puestos y con la capacidad para enfrentar las amenazas que llegan desde Bogotá con temple y carácter.

PS: Por espacio no mencioné la cátedra que diera el gobernador en Támesis sobre cómo se defiende a un departamento, en este caso de las Appa de Petro para el Suroeste antioqueño. La cosas como son. 

jueves, 30 de enero de 2025

¡Con la izquierda ni a la esquina!

 Millones de colombianos sabíamos que un gobierno de izquierda iba a ser un desastre y mucho más un gobierno de izquierda con Gustavo Petro a la cabeza. Lo que no sabíamos o imaginábamos, es que sería de tamañas proporciones y que la palabra desastre, para definirlo, se quedaría corta.


¿El cambio llegó? ¡Claro que sí! La cuestión es que no todo cambio es para bien y hoy, después de dos años y medio, vivimos en un país con más dificultades, con más pobreza, con una economía que pende de un hilo muy delgado, con un retroceso en seguridad que nos lleva recordar los peores momentos de la década de los 90, con un atraso en infraestructura a todos los niveles y con una polarización más marcada y promovida por el propio Presidente Petro, que ha preferido dedicarse a pelear que gobernar (claro, lo primero es más fácil que lo segundo).


La decepción es generalizada. Conozco muchas personas que votaron por Petro confiando en su prometido cambio, en que el país necesitaba refrescarse con un gobierno de izquierda y hoy, algunos de ellos, asumen el error de su voto y se arrepienten, porque no ven cumplidas las promesas que les hiciera el candidato Petro. Lo que sí ven, es una desconexión total con el país, bajas ejecuciones, escándalos, un discurso tibio que volvió a envalentonar a los bandidos y una arrogancia desmedida de un gobernante que, en ocasiones, pareciera no estar ciento por ciento en sus cabales.


No podemos llamarnos a engaños, Colombia no va bien. La incertidumbre regresó a hacernos compañía y se sienta a la mesa con nosotros todos los días. Surgen preguntas: ¿para dónde vamos? ¿Hasta dónde es posible que llegue esta situación? ¿Habrá punto de retorno o ya lo pasamos? ¿Las respuestas? Prefiero no escribirlas, pues este texto en sí, da cuenta de ellas.


¿Qué hacemos entonces? Sonará fácil o quizás facilista, pero solo nos queda aguantar y tratar de no desfallecer. Solo queda un año y medio del gobierno Petro (tiempo en el que el desastre seguro crecerá y seguiremos cayendo en el abismo) y confiando en que no haya movidas para perpetuarse en el poder, tendremos la oportunidad en 2026 de trepar las paredes y volver a la senda del progreso, que de una u otra manera hemos caminado (así sea poquito).


No nos podemos equivocar. Habrá muchas opciones para elegir y muchos falsos redentores, sobre todo de la misma izquierda que con sus discursos vacíos, pero llenos de lugares comunes y una extrema demagogia, intentarán cautivar a los votantes. ¡Con ellos ni a la esquina!


La derecha tendrá que organizarse, dejar las vanidades y egos a un lado y unirse para derrotar a los aliados de Petro. No pueden darse el lujo de creer que cada uno puede ganar y atomizar los votos. ¡No! Los colombianos necesitamos en 2026 una figura que sepa recoger los deseos que tenemos y que cuente con el apoyo de los demás de manera decidida, sin peleas, polarización ni envidia. Esta es la única manera de elegir a alguien que pueda recuperar la confianza en un país que infortunadamente la perdió.


Por último: el nicho de votantes de la derecha para el 26 es el de los “nadies” decepcionados.

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