Hace
tres meses se murió mi abuela, mi “abuelita” para ser más exacto, porque así le
dije toda la vida. Se murió tranquila, dicen quienes estuvieron con ella en sus
últimos momentos. Y hasta en eso tuvo control de la situación, tal y lo como hizo
siempre. No pude estar con ella, tampoco Mariana ni mi esposa, ellas que se
convirtieron en su compañía permanente en muchas tardes que dedicaron a hacer
crucigramas.
Mi
abuelita se murió el 18 de mayo. Yo estaba en vacaciones, cumpliendo el sueño
de conocer parte de Europa, cuando me contaron que la habían hospitalizado. De
inmediato pensé que era el final. ¿Por qué tan extremista? Simplemente porque
mi abuelita era una mujer de 90 años, fuerte como una roca, pero con muchos
años de aguantarse los dolores por el solo hecho de no ir al médico. Ella decía
que si la hospitalizaban sabía que no volvía a la casa. Y así fue, la
hospitalizaron y se murió a los tres días.
No
lloré. Quise mantener la calma al momento de contarle a Mariana, que era muy
apegada a ella. “Se murió la abuelita” le dije a ella y a la mamá. Fui fuerte,
mi tono de voz no tuvo variaciones sentimentales. Se diría que estaba contando
cualquier noticia y no la más importante en muchos años (quizás la más) pero
así lo hice. Me clavé en el celular, hacía de todo pero a la vez nada, lo único
que evitaba era mirarlas, no quería que supieran que estaba triste. Pero lo
estaba, se había muerto mi abuelita.
Ana
Elvira Acosta, nació el 12 de marzo de 1928 en Sincé. Se casó con Francisco
Ariza, un español que llegó al pueblo y se convirtió en el médico de todos.
Tuvieron siete hijos, seis mujeres y un hombre (él tuvo otros hijos por aparte).
De Carmen, nací yo. A ella, por que mi Dios es muy grande, la pude traer a
Colombia después de 17 años a celebrar los 90 años de la mamá. Los mal pensados
dijeron que era una premonición y que mi abuelita se iba a morir este año,
porque habían coincidido una tía que vive en Italia y mi mamá en su cumpleaños.
Yo no dije nada, procuro no hacerlo antes los comentarios desatinados, pero
acertaron, lo cual no celebro.
Mi
abuelita tenía una memoria prodigiosa. A sus 90 años estaba lúcida, aunque ya
se le notaban los achaques de la edad en la forma de caminar y en sus descuidos
con el dinero. Pero siempre tenía una historia que contar, un nombre a quien
referirse de Sincé hace 50 años o de Majagual (que ni sé dónde queda) o de El
Bagre. Anécdotas, cuentos, chistes, siempre los tenía a flor de labios, por eso
cada visita era descubrir algo nuevo. Y la visitábamos mucho aunque por mi
trabajo en Rionegro reduje los encuentros, pero Mariana y mi esposa iban
seguido y siempre tenían un cuento nuevo para escuchar.
Y no
he hecho el duelo. Desde que murió solo he ido una vez a la que era su casa, la
casa de todos, el punto de encuentro de la familia. Fui el día que llegué de
las vacaciones. Escuché a mi tía Marlene contar como fueron sus últimos
momentos y me fui al baño a dejar que se me salieran las lágrimas. No volví. No
porque no quiera, sino porque no soy capaz. Tengo miedo del vacío. Tengo miedo
de la tristeza real. Tengo miedo de saber que es verdad que se murió y que no
la volveré a ver.
¿Y
por qué escribo? Porque escribir me gusta, me ayuda a expresarme mejor y además
porque me di cuenta de que nunca acepté su solicitud de amistad en Facebook. Y
es que ella no le huyó a la tecnología. Siempre quiso aprender y abrió su
perfil y usaba Whatsapp. Yo tengo todas las notificaciones desactivadas, en
todas mis redes y en los chats, así que si no es manualmente no me doy cuenta
de lo que pasa en ellas. Aceptarla no hubiera cambiado nada, pero me golpeó
fuerte el alma y por eso escribo.
Tres
meses sin mi abuelita. Duro, triste, una mierda. Pero esa es la vida, recorrer
un camino para morirse. Ella vivió bien, sufrió mucho, al igual que mi mamá y
el resto de sus hijos, pero al final la vida la premió y pudo disfrutarla al
máximo. La generación de nosotros no es tan berraca como la de antes, como la
de ella. Son otros tiempos lo sé, pero lástima que ahora todo sea tan
diferente.
Un
abrazo muy fuerte abuelita, estés donde estés. Aquí se te extraña, todos lo
hacemos. Espero que nos volvamos a encontrar y en ese lugar igual podamos tomar
café y contar historias.
Diego
PS:
texto escrito de corrido, no vuelto a leer. Ofrezco excusas por los posibles
errores.
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