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sábado, 18 de agosto de 2018

Mi abuelita


Hace tres meses se murió mi abuela, mi “abuelita” para ser más exacto, porque así le dije toda la vida. Se murió tranquila, dicen quienes estuvieron con ella en sus últimos momentos. Y hasta en eso tuvo control de la situación, tal y lo como hizo siempre. No pude estar con ella, tampoco Mariana ni mi esposa, ellas que se convirtieron en su compañía permanente en muchas tardes que dedicaron a hacer crucigramas.

Mi abuelita se murió el 18 de mayo. Yo estaba en vacaciones, cumpliendo el sueño de conocer parte de Europa, cuando me contaron que la habían hospitalizado. De inmediato pensé que era el final. ¿Por qué tan extremista? Simplemente porque mi abuelita era una mujer de 90 años, fuerte como una roca, pero con muchos años de aguantarse los dolores por el solo hecho de no ir al médico. Ella decía que si la hospitalizaban sabía que no volvía a la casa. Y así fue, la hospitalizaron y se murió a los tres días.

No lloré. Quise mantener la calma al momento de contarle a Mariana, que era muy apegada a ella. “Se murió la abuelita” le dije a ella y a la mamá. Fui fuerte, mi tono de voz no tuvo variaciones sentimentales. Se diría que estaba contando cualquier noticia y no la más importante en muchos años (quizás la más) pero así lo hice. Me clavé en el celular, hacía de todo pero a la vez nada, lo único que evitaba era mirarlas, no quería que supieran que estaba triste. Pero lo estaba, se había muerto mi abuelita.

Ana Elvira Acosta, nació el 12 de marzo de 1928 en Sincé. Se casó con Francisco Ariza, un español que llegó al pueblo y se convirtió en el médico de todos. Tuvieron siete hijos, seis mujeres y un hombre (él tuvo otros hijos por aparte). De Carmen, nací yo. A ella, por que mi Dios es muy grande, la pude traer a Colombia después de 17 años a celebrar los 90 años de la mamá. Los mal pensados dijeron que era una premonición y que mi abuelita se iba a morir este año, porque habían coincidido una tía que vive en Italia y mi mamá en su cumpleaños. Yo no dije nada, procuro no hacerlo antes los comentarios desatinados, pero acertaron, lo cual no celebro.

Mi abuelita tenía una memoria prodigiosa. A sus 90 años estaba lúcida, aunque ya se le notaban los achaques de la edad en la forma de caminar y en sus descuidos con el dinero. Pero siempre tenía una historia que contar, un nombre a quien referirse de Sincé hace 50 años o de Majagual (que ni sé dónde queda) o de El Bagre. Anécdotas, cuentos, chistes, siempre los tenía a flor de labios, por eso cada visita era descubrir algo nuevo. Y la visitábamos mucho aunque por mi trabajo en Rionegro reduje los encuentros, pero Mariana y mi esposa iban seguido y siempre tenían un cuento nuevo para escuchar.

Y no he hecho el duelo. Desde que murió solo he ido una vez a la que era su casa, la casa de todos, el punto de encuentro de la familia. Fui el día que llegué de las vacaciones. Escuché a mi tía Marlene contar como fueron sus últimos momentos y me fui al baño a dejar que se me salieran las lágrimas. No volví. No porque no quiera, sino porque no soy capaz. Tengo miedo del vacío. Tengo miedo de la tristeza real. Tengo miedo de saber que es verdad que se murió y que no la volveré a ver.

¿Y por qué escribo? Porque escribir me gusta, me ayuda a expresarme mejor y además porque me di cuenta de que nunca acepté su solicitud de amistad en Facebook. Y es que ella no le huyó a la tecnología. Siempre quiso aprender y abrió su perfil y usaba Whatsapp. Yo tengo todas las notificaciones desactivadas, en todas mis redes y en los chats, así que si no es manualmente no me doy cuenta de lo que pasa en ellas. Aceptarla no hubiera cambiado nada, pero me golpeó fuerte el alma y por eso escribo.

Tres meses sin mi abuelita. Duro, triste, una mierda. Pero esa es la vida, recorrer un camino para morirse. Ella vivió bien, sufrió mucho, al igual que mi mamá y el resto de sus hijos, pero al final la vida la premió y pudo disfrutarla al máximo. La generación de nosotros no es tan berraca como la de antes, como la de ella. Son otros tiempos lo sé, pero lástima que ahora todo sea tan diferente.

Un abrazo muy fuerte abuelita, estés donde estés. Aquí se te extraña, todos lo hacemos. Espero que nos volvamos a encontrar y en ese lugar igual podamos tomar café y contar historias.

Diego


PS: texto escrito de corrido, no vuelto a leer. Ofrezco excusas por los posibles errores.

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