En muchas
de nuestras conversaciones “yo pregunto y tu respondes” (casi nunca), la duda
recurrente fue ¿qué quieres? Muchos años después (no frente al pelotón de
fusilamiento, aunque casi) me doy cuenta de que la respuesta nunca llegó.
Siempre te saliste por la tangente, cambiaste el tema o me sedujiste para que
termináramos haciendo el amor, con lo cual se me quitaban las ganas de
cuestionarte. Leí y releí tus cartas buscando una señal, un indicio que me
iluminara sobre tus intenciones reales, pero no encontré nada. Tienes esa
capacidad magistral de disfrazar las palabras, de esconderlas en los lugares
más recónditos y siempre lograste que entendiera lo que querías. Ante la
confusión que me generaste traté de buscar una salida fácil a nuestra historia,
pero fue imposible dejarte. Cada vez que me decidía te reinventabas y me
sorprendías; una notica en el baño, una foto con el rotulo “solo para tus ojos”
(a lo James Bond), una llamada misteriosa o la mejor noche de sexo que un ser
humano pudiera tener. Cada día recuerdo en mi corazón los instantes que hemos
vivido, lo que me produces al verte, el sabor de tus besos, tus miradas
coquetas y llego a la conclusión de que no me importa la respuesta, lo único
que me importa es que existas para que viva la posibilidad de preguntarte sabiendo
que muere la posibilidad de que respondas, pero sobre todo, para tener la
certeza de no saber qué hacer y así, lo haga todo…por ti.
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